
El claustro del monasterio de Santo Domingo de Silos (Burgos) está construido en piedra caliza de la cantera del mismo pueblo. Estaba entero policromado pero no se conserva casi nada de sus pinturas. En el siglo VII existía como monasterio de San Sebastián, y en el siglo XI (1041) Domingo Manso, antiguo prior de San Millán de la Cogolla, va a refugiarse allí y se le encarga la labor de reconstruir el conjunto, posteriormente se le santifica y quedaría consagrado como Santo Domingo de Silos. En el claustro se encuentra un cenotafio (tumba vacía) del gótico en honor al santo.
El claustro es lugar de tránsito entre estancias de los monjes del monasterio, pero sobre todo es un lugar para la meditación y la reflexión teológica. Las escenas y representaciones de los relieves son "la Biblia en piedra", con una clara función didáctico-religiosa. Sus temas son muy variados: desde los que representan escenas bíblicas o evangélicas, hasta los figurativos de animales quiméricos, grifos, leones, arpías, centauros, aves fabulosas y toda clase de decoraciones vegetales. En resumen, animales y monstruos, que son alegorías de las virtudes y los vicios. Sus grupos escultóricos representan escenas bíblicas no exentas de errores históricos (romanos vestidos como guerreros del Cid o discípulos de Jesús como peregrinos, contemporáneos del artista).

Ahondando en su profundo
simbolismo, en la construcción del claustro está presente la cabalística medieval agustiniana: la belleza concebida como ritmo y contraste, los 64 capiteles del claustro inferior al igual que las 64 notas del Salve Regina gregoriano que cantan sus monjes, o la constante presencia de la proporción áurea (el número 7) en los elementos del claustro.
Por ejemplo, al observar una de las peculiaridades más llamativas de este claustro: las columnas torsadas que dan comienzo a la etapa del tercer maestro, vemos que desde unos ángulos se observan 3 columnas y desde otros 4, clara alusión al número 7 (4+3) y así podríamos seguir largo tiempo al contar diferentes elementos del claustro.

En el claustro inferior se perciben claramente dos
etapas de construcción: en la primera, que corresponde a las últimas décadas del siglo XI, se llevaron a cabo las galerías norte y este; la segunda se desarrolló en el siguiente siglo y en ella se ejecutaron las galerías sur y oeste. Cada fase refleja una forma de hacer y un estilo diferentes atribuibles a dos maestros distintos que emplearon sus propios talleres, cambian en la disposición de los fustes de las columnas (en la primera etapa más separados), y las tallas de los capiteles son de poco relieve y escaso movimiento.

Las figuras del segundo taller son más realistas y poseen mayor volumen.
En una tercera etapa, ya en torno al siglo XII se construiría el claustro de la segunda planta, de menor interés artístico (con capiteles de motivos vegetales esquemáticos principalmente).
Lo más destacable del claustro son los relieves de los 64 capiteles y de los ángulos interiores del claustro del Románico pleno. Como características generales:
Escultura monumental, subordinada a la arquitectura, esquemática, rígida. Figuras hieráticas, inxpresivas y en silencio, vistiendo como en la Edad Media. A menudo con los pies y manos cruzados (movimiento en tijera orientalizante), que era como se representaba a los caballeros templarios, símbolo de la eternidad, que también refleja la tensión de la sociedad feudal del románico.
- Importa más el contenido doctrinal religioso que la forma.
- Los grupos escultóricos siguen la "ley del marco", figuras supeditadas al marco, que es el que engendra las formas. Composiciones cerradas, con "horror vacui" (horror al vacío), no suele quedar espacio entre las figuras.
- Técnicas escultóricas primitivas: la del cincel, gubia y trépano en la pared.

Al primer maestro serían asignables seis de los relieves con las siguientes escenas:Ángulo sudeste:
La ascensión y Pentecostés.Ángulo noreste:
Sepultura y Resurreción del Señor (representa cuando Jesús muere y se le coloca en el sepulcro custodiado por romanos -aparecen vestidos como guerreros medievales a la usanza castellana, con malla, espada y escudo, los mismos guerreros que dieran tierras y una donación para continuar las obras del claustro-, más arriba, la colocación de Cristo en el sepulcro por Nicodemo y José de Arimatea -que sucede en viernes santo-, y en lo alto el tema de las tres Marías a las que un ángel anuncia la resurrección de Cristo -del domingo de resurrección-. Como es norma, el punto de mayor importancia se resalta en la composición y corresponde a la figura de Jesús yacente).

Ángulo noroeste:
Camino de Emaús (el artista quiere enseñar, presenta a los discípulos vestidos como peregrinos) y
La duda de Santo Tomás (es la primera vez que alguien se atreve a representar a Tomás metiendo el dedo en la llaga de Jesús, que es la figura de mayor importancia, destacada de las demás por la altura -7 veces su cabeza-, todos miran hacia él: el punto de fuga de la composición, la posición distinta de la cabeza y los pies de las demás figuras, el rostro más perfecto y pulido).
El segundo maestro sería el autor de los dos relieves restantes:
Ángulo sudoeste:
La anunciación a María y
El árbol de Jessé, ya en estilo gótico.
El artesonado mudéjar contiene iconografía mudéjar (lo no figurativo) y escudos de armas y escenas medievales:

Por último, el poema de Gerardo Diego al ciprés de unos 150 años que preside el patio del claustro silense:
El ciprés de Silos
Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
Mástil de soledad, prodigio isleño;
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.
Cuando te vi, señero, dulce firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto cristales,
como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.
Gerardo Diego. Versos humanos.
El poeta llegó al monasterio de Santo Domingo de Silos en el verano de 1924 y allí permaneció veinticuatro horas. Después de cenar, y mientras recorría el claustro románico, queda sorprendido por la presencia del ciprés que, en cierta manera, simboliza las cualidades espirituales del entorno en que se halla; y aquella misma noche escribió Diego en su celda este soneto. A la mañana siguiente, antes de irse, el poeta transcribía el poema en el libro de firmas del cenobio.
Y como última curiosidad, la jornada de un monje silense, ¡verdaderamente admirabile!